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Luz, cámara, silencio

Aprovechando la postración forzosa en que me tiene una contractura que me ha dado en la espalda, he visto esta mañana Luz silenciosa, una peli de Carlos Reygadas que J. me regaló con ocasión de mi último cumpleaños y que imperdonablemente aún no había visto. En lo que sigue, perdonadme si mi redacción deja que desear, pero es que la espalda me está matando…

La peli se sitúa en México, aunque ahí acaba todo lo hispano de la historia: los personajes son miembros de una comunidad menonita -uno de los grupos surgidos del anabaptismo medieval, como los amish– y hablan en plautdietsch, una especie de dialecto del bajo alemán  que los menonitas han conservado en los distintos lugares donde se han asentado.

La anécdota de la película es decididamente mínima: Johann es un sencillo y bondadoso padre de familia en una comunidad menonita del estado de Chihuahua que está  cometiendo adulterio con otra mujer de la comunidad. Esther, la mujer de Johann, lo sabe. En unas pocas y largas escenas estilisticamente muy cuidadas, vamos viendo cómo Johan intenta encontrar una resolución para su conflicto: seguir con su esposa o empezar una nueva vida con Marianne. Las conversaciones con su amigo y con su propio padre, que además es predicador, sitúan la historia en el marco de la pequeña y cerrada comunidad menonita. Tras un encuentro amoroso con Marianne, ambos deciden que deben dejar de verse, porque la paz es más fuerte que el amor. Poco después, mientras viajan en coche, Johann le confiesa a su esposa ese última encuentro con Marianne. Esther baja del coche, bajo una fuerte lluvia, arranca a llorar al pie de un árbol y muere. La película acaba con la escena del velatorio y el «encuentro» entre ambas mujeres.

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Desde el punto de vista formal, los primeros nombres que vienen a la mente son los de Bergman o Dreyer, y es que la película se inserta con claridad en una poética que podríamos llamar escandinava, una poética del silencio, un silencio de Dios que aquí, a diferencia de lo que pasa en muchas películas de Bergman y a pesar de la coartada religiosa de los personajes menonitas, no apunta tanto a interrogantes religiosos como puramente humanos -al menos tal como yo lo he visto. A este clima de silencio y pureza nórdicos contribuye, claro, la «extraña» lengua en que se expresan los personajes, que resuena en nuestros oidos con la belleza de lo ajeno, como el sueco de Bergman, y contribuye a crear extrañamiento. aunque más que la lengua en sí, lo definitivo sea lo concentrado de los diálogos, escasos pero que, como en el cine de Bergman, son siempre concisos, elusivos, pronunciados sin mirarse a los ojos pero que a la vez desnudan, diálogos en que cada personaje parece proseguir un interminable monólogo personal. La sombra de Bergman también se hace patente en la escena final que trae a la mente Gritos y susurros.

Otro claro referente de Luz silenciosa, en cuanto a esta poética que torpemente intento sintetizar, podría ser Sacrificio de Tarkovski, una peli de la que Raúl podría hablar mucho mejor que yo. Las relaciono no tanto en lo temático cuanto en ese estilo tan luterano en cuanto a la estética o el tratamiento del diálogo o en la presencia callada de los niños.

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Dejando de lado la pedantería de las referencias, queda lo más difícil de explicar: por qué Luz silenciosa me ha parecido una gran película. El preciosismo austero de su puesta en escena, el tratamiento del paisaje, la sensación de que cada plano, cada segundo de la cinta está cuidado, trabajado con amor al cine y respeto para el espectador son tal vez motivos que pueden aducirse, aunque como dice Savater en realidad no se trata de que las ciertas cosas nos gusten por unos motivos sino que más bien buscamos razones para justificar lo que nos gusta porque sí.

15 marzo 2009 at 10:55 pm Deja un comentario


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